martes, 31 de marzo de 2009

Monstruos

A petición de Sniff, pongo un relato que escribí hace unos 10 años y al que tengo especial cariño. Está sin retocar ni nada, tal cual lo hice entonces, supongo que debería pulirlo un poco.


Mientras iba de camino al hospital no podía quitarse de la cabeza las dudas que llevaban atormentándole durante los largos días de espera, desde que se hizo las primeras pruebas. Recordaba la cara indiferente de la enfermera, un rostro sin expresión alguna, cuando le dijo que los resultados tardarían una semana, con una voz mecánica, como una grabación. Y cuando él le pidió que los adelantaran, se limitó a sonreír como un robot y a explicarle, utilizando el tono de voz que se usa cuando uno habla con un niño pequeño, que eso no era posible debido a las listas de espera y a un montón más de detalles que no escuchó. No le interesaba, en realidad.

Se dio cuenta de que esa enfermera era una especie de monstruo sin ningún tipo de sentimientos, que no se había ablandado ante la desesperación que debía de reflejar su rostro en ese momento. Era una mala mujer, sin duda, que no merecía ese puesto de trabajo. Cualquier otra enfermera habría accedido a su petición y haría todo lo posible para adelantar los resultados de sus pruebas, porque seguro que los problemas del resto de la gente de las listas de espera no eran tan graves como el suyo. Por supuesto que no. Cualquiera podría darse cuenta. Cualquiera, menos esa mujer necia e incompetente.

Con un gesto nervioso, se secó el sudor de la frente con el pañuelo que llevaba en el bolsillo. Aún faltaba bastante para llegar al hospital y además había un atasco de mil demonios. Enfurecido, tocó el cláxon para hacer que el coche que tenía delante avanzara de una vez, pues el semáforo ya estaba verde. Contuvo el deseo de pisar el acelerador y llevarse por delante a ese montón de chatarra, porque no quería meterse en líos, y mucho menos ahora. Miró a los conductores de los vehículos de su alrededor, y todos le parecieron seres estúpidos que vivían felices. No tenían problemas como el suyo, y les odió por ello al igual que había odiado a la enfermera.

Aquella semana había sido un verdadero infierno para él, le era imposible ir al trabajo y aguantar las miradas compasivas de sus compañeros. Claro, para ellos era muy fácil decirle: “Que tengas suerte, amigo”, lanzarle una de aquellas odiosas miradas compasivas, y después olvidarse y continuar con sus vidas mezquinas. Cada vez estaba más convencido de que en realidad se alegraban de su desgracia, de que eran monstruos humanos que disfrutaban con los problemas ajenos. Como la enfermera.

Cuando quiso darse cuenta ya había llegado al hospital. Aparcó el coche, bajó y entró en el edificio. Sabía que se acercaba el momento de conocer la verdad y eso hacía que sudara más y más. El pañuelo ya estaba empapado de tanto usarlo para secarse la frente.

Se paró frente al despacho del médico. No había nadie en la sala de espera, y se alegró de no tener que ver las caras de los monstruos que había allí otras veces, regocijándose con su desgracia. Una enfermera, diferente de la del otro día, le indicó que podía pasar con voz mecánica. Voz de autómata. Voz de monstruo.

Abrió la puerta. El doctor le esperaba, con una sonrisa falsa de monstruo en la cara.

— Buenos días, señor Smith. Siéntese.
— Buenos días, doctor.
— Ya tenemos los resultados de sus pruebas, supongo que querrá usted que le informe de lo que hemos descubierto.
— Por supuesto, doctor. Y por favor, dígame la verdad.
— Está bien. Quiero ser franco con usted.
— ¿Tengo cáncer? Contésteme sólo a eso.
— No quería decírselo tan bruscamente, pero sí.
— ¿Tengo alguna posibilidad?
— Sé que esto es difícil para usted, pero…
— Por favor, conteste deprisa.
— Bien. Es complicado, quizá si se hubiera hecho las pruebas antes podríamos operarle.
— ¿Cuánto tiempo me queda?
— Unos seis meses.

Seis meses. El médico siguió hablando, pero él ya no le escuchaba. En su cerebro resonaban las palabras cáncer y seis meses, una y otra vez, sin interrupción, con la voz del doctor como fondo. Parecía realmente compadecido de él, igual que los compañeros de trabajo, igual que la enfermera, igual que todos. Pero sólo estaban fingiendo, lo sabía, y también había sabido desde el principio que tenía un cáncer, pero no había querido creerlo. Y ahora no le quedaba otro remedio que admitirlo. Seis meses, ¿y después qué? Estaba muy claro. Después vendría la muerte.
Y todas aquellas personas se alegrarían, porque ellas no tenían problemas, y siempre es divertido ver como otros se hunden en la miseria (o en la muerte) y tú sigues vivo para alegrarte. Eran unos monstruos. Todos lo eran, empezando por el médico, que continuaba hablando y hablando, con sus ojos de monstruo fijos en él. Sólo fingía sentir lástima, aquel era su trabajo. Aquel era el trabajo de todos. Fingir. Y él no tenía por qué soportarlo.

Salió del despacho, dejando al doctor con la palabra en la boca, y fue corriendo hacia la salida. La gente, el personal del hospital y los propios enfermos le miraban sorprendidos y con lástima. Siempre esas miradas de lástima. ¿Sabían todas aquellas personas lo que era sufrir? ¿Acaso a ellos les quedaban seis meses de vida? Lástima fingida, eso era todo. Lástima falsa.

Encontró la salida, entró en su coche y arrancó, encaminándose a vivir el final de su vida entre monstruos que se alegraban de su desgracia.

Siguió mirando a la gente que iba por la calle. Vio a una mujer con dos niños pequeños, un hombre, una adolescente, una anciana… un desfile interminable de personas sin problemas, que se sentían alegres al verle. Todos ellos se alegraban, se leía en sus rostros. Incluso podía adivinar sus pensamientos. Todos le miraban a él, todos, con esa mirada de lástima. Sabían que se estaba muriendo, y se alegraban por ello.

Pero, ¿cómo había podido tardar tanto en darse cuenta de que estaba rodeado de monstruos? ¿Es que el cáncer le había abierto los ojos? Había vivido toda su vida entre monstruos sin ni siquiera saberlo.

Paró en un semáforo, mientras cruzaba una señora con un bebé en brazos. Sintió deseos de atropellarla, pero no lo hizo. Por el niño. No tenía la culpa de nada, era demasiado pequeño para comprender que su madre era un monstruo. Y de pronto, cuando la mujer ya había terminado de cruzar, se dio cuenta de algo. El bebé le miró y sonrió, con ojos de monstruo. Con sonrisa de monstruo. Aceleró, saltándose el semáforo, pero ya era demasiado tarde. Los monstruos estaban a salvo.

Eso acabó con su paciencia. Todos debían pagar por lo que estaban haciendo, eso estaba claro. Decidió parar el coche y hacerlo de una vez, para poder vivir feliz el poco tiempo que le quedaba. Abrió la guantera y sostuvo en sus manos la pistola que guardaba allí por si había alguna emergencia. Aquello era una emergencia, sin duda. Salió del coche, con una sonrisa, y miró a su alrededor, buscando monstruos. Enseguida vio dos que se le acercaban, un hombre y una mujer. Sin pensarlo, apuntó al hombre y disparó. La mujer gritó, pero enseguida cayó al suelo, con un balazo en el cuello, como su marido. Sangre. Y más gritos de monstruos, que le rodeaban. Siguió disparando, y toda su visión se llenó de monstruos vociferantes que caían, y sangre, sangre por todas partes. Sangre de monstruo.

De repente la pistola dejó de disparar. Así, sin más. Y unos monstruos le sujetaron. El sudor resbalaba a chorros por su rostro, y trató de soltarse, pero no pudo. Miró a los monstruos que le observaban, aterrorizados, y comprendió que le tenían miedo. Lo había logrado, y ahora debía esperar para aniquilar más monstruos. Dejó de debatirse y miró fijamente a los que le sujetaban, y cuando estuvo seguro de que ya se habían confiado se soltó y salió corriendo, en busca de un objeto, tal vez un bate de baseball, para golpear a los monstruos y ver saltar de nuevo su sangre. Le perseguían, pero no importaba. Dentro de poco estarían muertos.

No vio el coche que se le venía encima, y casi no sintió nada cuando le atropelló. Pensó que no era nada, pero no podía moverse, y su visión se estaba tiñendo de rojo. Lo último que vio fueron los rostros de todos los monstruos que había a su alrededor, y después todos los demás aparecieron en su mente. Los compañeros de trabajo. El doctor. El bebé. La enfermera.

Y, justo antes de que todo se volviera rojo, supo que se habían salido con la suya. Finalmente, los monstruos habían vencido.








La imagen es de una de las cartas de La llamada de Cthulhu



viernes, 27 de marzo de 2009

onanismo, estantería, Montoya, zambomba, Val Kilmer, grandilocuente, depravado, ladrillo, pernoctar, postcombustión

Este es uno de esos ejercicios en que te dan 10 palabras y tienes que escribir un mini relato con ellas, poniéndolas exactamente en el orden en que te las dan, y respetando plurales, femeninos y demás. Estas en concreto fueron puestas a mala leche, hará un par de años, en una tarde que en realidad no significó nada pero que nunca se irá de mi mente. Y al llegar esa noche a casa y ponerme a escribir, me gustó cómo quedó. Sé que tengo pendiente otro de estos que me encargaron... prometo hacerlo.






Mientras estaba tumbado en el sofá mirando la televisión sin verla, en una postura con la que probablemente le dolería el cuello al levantarse, le asaltó el pensamiento de que, en cierto modo, su vida se parecía al onanismo; una sucesión de esfuerzos para conseguir pequeños clímax de felicidad, que a medida que se acercaban hacían que dejara de importarle el resto del mundo. Y una vez alcanzados, eran tan efímeros que lo único que quedaba después era cansancio por el esfuerzo y el pensamiento de que no había nadie tumbado a su lado con quien compartirlos. Sonrió ante lo absurdo de la idea. Se dio cuenta de que debía de estar en uno de esos momentos perdidos, como solía llamarlos, en que las conexiones entre su cerebro y la lógica parecían disolverse.

Su mirada vagó por la habitación, de forma distraída, hasta clavarse en la estantería, concretamente en un libro de un tal Montoya que había leído hacía tiempo y que hablaba del sentido metafísico de las cosas cotidianas. Y él se lo había encontrado al hecho de tocar la zambomba, lo que no decía mucho a favor de su capacidad poética.

Se sentía como debería haberse sentido Val Kilmer haciendo de Batman: completamente fuera de lugar. En sus momentos perdidos pensaba que el mundo no estaba hecho para él, y al instante siempre rectificaba y llegaba a la conclusión de que tal vez era él quien no estaba hecho para el mundo. Era un mundo grandilocuente, donde todo intentaba aparentar más de lo que era en realidad, y al mismo tiempo era un ser depravado que conseguía hacer salir lo peor de cada uno y después te clavaba los dientes, normalmente sin motivo alguno, hasta devorarte. O dejarte a medias, que era aún más horrible.

Sabía que cada una de esas ideas era un ladrillo más en la pared que él mismo construía para emparedar su hipotética felicidad. Pero, al fin y al cabo, la felicidad era tan breve como un orgasmo sin acompañante con quien pernoctar, y al terminarse sólo quedaba esa sensación de cansancio y vacío. Recordó que si se contenía la respiración los orgasmos eran más intensos, por un fenómeno similar a la postcombustión de los reactores. Quizá conteniendo la respiración la felicidad también fuese más intensa… al menos no quedaría esa sensación de vacío al terminarse.




Link de la imagen

jueves, 26 de marzo de 2009

Intimidad


Me apetecía un rato de divagaciones por escrito, al fin y al cabo para eso me hice el maldito blog. Así que aquí estoy de nuevo, contando mi vida.

Hace un par de noches estaba en uno de esos momentos de insomnio relajados (los llamaré así para distinguirlos de los momentos de insomnio en que te pones histérico y deseas morir o matar a alguien, o ambas cosas), a eso de las 5 de la mañana, pensando tan feliz en mis cosas. Lo de "tan feliz" es más bien una forma de hablar, claro, porque aunque era un momento relajado, no me sentía especialmente feliz. El caso es que me dio por pensar en la idea de intimidad que hay en mi familia, que es rara de cojones.

Para eso debería explicar a quién no lo sepa cómo está distribuida mi casa. La primera parte es normal: un recibidor que da a un pasillo, del que salen las puertas que dan al cuarto de estar, al baño y a la cocina. Y ahí acaba toda la normalidad. El pasillo muere en la puerta de la habitación de mi hermano. Ésta se comunica con otra puerta con la mía (que antes compartía con mi hermana), y la mía con la de mis padres. Si me he explicado bien, ya debe de quedar claro que, por ejemplo, para llegar a su habitación mi madre tiene que pasar antes por la de mi hermano y la mía.

Con esta distribución hogareña, es evidente que el concepto de intimidad es un gran desconocido para nosotros. Además, la puerta entre mi habitación y la de mi hermano ha estado siempre tradicionalmente abierta, aunque estos últimos años la suelo cerrar, al menos durante la noche. En mi casa nunca se ha practicado eso de llamar a la puerta de la habitación de alguien; se entra y punto.

Por el contrario, mi familia tiene una idea de intimidad excesiva en lo referente al baño, y a cambiarse delante de otra persona. Toda la vida nos hemos cambiado de ropa en el baño, que tiene cerrojo. A estas alturas de mi vida no concibo un baño sin cerrojo, me dan muy mal rollo los que no lo tienen. Nunca hemos visto a otro miembro de la familia haciendo pis, ni cambiándose... la excepción la poníamos mi hermana y yo, que nos daba más igual y muchas veces nos cambiábamos juntas de ropa. Pero nadie se pasea por la casa en calzoncillos, o sale de la ducha en ropa interior, ni nada por el estilo.

Como me habían educado así, tardé años en comprender que todo eso es raro. Hoy en día, me cambio en mi habitación, cosa que a mis padres y hermano les causa algo de inquietud (recordad que en mi casa no se llama a las puertas). Ya me da igual que me vean, al fin y al cabo son mi maldita familia, no extraños; pero ellos se sienten incómodos con el tema. Si alguna vez me olvido los pantalones en mi habitación y salgo de la ducha en bragas, se crea un cataclismo familiar.

Lo del baño sí que no lo he superado. Soy literalmente incapaz de mear si hay alguien conmigo. Ni siquiera aunque me esté hablando desde el otro lado de la puerta. Y tampoco puedo hacerlo si no estoy segura de que la puerta no va a abrirse. Ya ni hablemos de esas parejas que hacen sus necesidades (voy a ser fina por una vez en mi vida) mientras el otro está lavándose los dientes, y cosas así. Nunca seré capaz de algo así (ni de mear mientras mi pareja se lava los dientes, ni de lavarme los dientes mientras él mea... y acabo de mandar al carajo la finura).

En ese momento de insomnio relajado, llegué a la conclusión de que posiblemente gran parte de mis extraños tabúes e incapacidades surrealistas, y una pequeña parte de mis obsesiones y otros problemas mentales, vengan de ese complejo concepto de intimidad, inexistente en unos puntos y demasiado férreo en otros. Nunca he sabido lo que es encerrarme en mi habitación, cosa que todo niño y adolescente necesita de vez en cuando. Creo que de ahí deriva también que mi familia no me haya visto llorar más que un par de veces en los últimos 12 o 13 años, cuando soy una de las personas más lloronas que conozco (en eso el baño con cerrojo ha resultado ser muy útil). Creo que ellos piensan que no lloro nunca, lo cual es bastante irónico. Me toman por una persona fuerte que lo soporta todo sin venirse abajo... definitivamente, mi familia no me conoce apenas.

A lo mejor esta ha sido mi forma de crear una puerta cerrada, de esas que nunca he tenido en casa. Estoy segura de que si le preguntan a cualquier miembro de mi familia si soy una persona alegre, dirían que sí sin dudarlo un momento. Y yo ni siquiera sabría qué decir sobre ellos... supongo que también han tenido que crear sus propias puertas.



O quizá todo esto no tenga nada que ver, y simplemente estoy loca porque sí. Pero siempre es mejor echarle la culpa a otro, ¿no?

viernes, 20 de marzo de 2009

El libro



Esto no llega a ser un relato exactamente, es algo que escribí después de una sesión de Cthulhu especialmente buena, contando lo que había pasado. Imagino que costará un poco entenderlo porque tiene muchísimas referencias a la historia de la partida, pero voy a aclarar cuatro cosillas antes para facilitarlo. Mi pj era George, un ventrilocuo ex-heroinómano que solía llevar un mapache morado llamado Bernie. Calixta es mi pj de reemplazo, novia de George, lider de una secta y bastante hija de puta. Sick Boy es un camello que aparecía en cierto momento de la partida, Legrasse es un inspector con algo turbio, y el resto de nombres que aparecen son de los demás pjs.
Esta historia empieza en el hospital, donde han acabado casi todos por culpa de una lucha con unos zombies, y de mi habilidad suprema con los dados (saqué una pifia estupenda mientras manipulaba un lanzallamas xD).
El master se curró una historia distinta para cada jugador, aquí va la mía:




Suena el teléfono, una y otra vez. Me despierto e instintivamente alargo la mano hacia la mesilla de noche, pero no hay nada en ella. La punzada de dolor que me recorre la espalda me hace recordar donde estoy y abro los ojos. La habitación del hospital está vacía, Ahmed no está en su cama ni Leo en el sillón, y el teléfono continúa sonando. Pero no hay ningún teléfono. Me siento en la cama, ignorando el dolor, y escucho que el sonido viene del baño. Voy hasta allí y abro la puerta, pensando que alguien se ha dejado el móvil dentro. No hay ningún móvil; lo que suena es el teléfono de la ducha. Lo cojo, desconcertado. Es Calixta. Me pregunta por la investigación, y algo no cuadra, su voz es demasiado alegre. Quiere saber si he encontrado el libro. Entonces su tono cambia, se vuelve imperativo. Me dice que debo encontrar el libro, que debo encontrarlo para ella. Que sé dónde conseguir las fuerzas para que no me duelan las heridas. Que siga el camino de baldosas amarillas hasta el Conejo Blanco. Y cuelga. Me doy la vuelta, sosteniendo aún la ducha, y veo que ante mí hay un camino de baldosas con un horrible símbolo que brilla con un lúgubre y enfermizo color amarillo. Da miedo. Salgo del baño siguiendo las baldosas, que llegan hasta la puerta de mi habitación. La abro y salgo fuera, vestido con el pijama del hospital y sin nada en las manos. Calixta me ha pedido que siga el camino, y ella no dejaría que me ocurriese nada malo. Me quiere. El pasillo está oscuro, las luces del techo parpadean. Escucho un sonido inquietante, notas discordantes de una flauta, y siento que hay algo a un lado del pasillo, algo malvado, algo que da miedo. Pero el camino va en la otra dirección, y lo sigo. Llega hasta la escalera de incendios. Salgo, acompañado por el sonido de la flauta, y veo a Bernie colgado en la pared del edificio, esperándome. Es enorme, morado, y su sonrisa está llena de dientes afilados, él también da miedo. Siento que mi cordura se escurre como la arena entre los dedos, y quiero gritar, pero él empieza a hablarme. Dice cosas extrañas sobre esta realidad, sobre mí mismo y mis otros yo. Me pregunta qué busco, le digo que el libro. Me dice que él es sólo un mapache de mierda, trepa por la pared y me deja allí. El camino amarillo continúa por la escalera de incendios, la flauta sigue sonando y yo empiezo a bajar. En un piso se oyen gritos, trato de abrir la puerta pero está cerrada. En el siguiente las notas de la flauta se mezclan con cánticos oscuros que hablan de seres oscuros: Ybb-Tstll, Bugg Sash, Nyothga. En el último piso hay sangre manando bajo la puerta. Me moja los pies. Tengo mucho miedo, quiero volver a la cama y cubrirme la cabeza con las sábanas. Pero debo seguir el camino, debo encontrar al Conejo Blanco y conseguir el libro para Calixta. Ella confía en mí, no puedo fallarle. No puedo seguir siendo un maldito fracasado. Las baldosas me llevan hasta un callejón. Allí está Sick Boy, con una bata blanca de médico sobre el traje y una jeringuilla llena de un repugnante y espeso líquido negro. Calixta está abrazada a él, toca esa melodía demencial con una flauta y sonríe. Se ríe de mí. Sabe hasta qué punto dependo de ella y se ríe de mí. Pero no es ella, y al mismo tiempo sí lo es. Es más vieja, más joven. Es la chica de la biblioteca. Sick Boy me pregunta si quiero drogas. Nunca las había necesitado tanto. Digo que sí, aparecen réplicas mías con jeringuillas, se me echan encima. Dicen que todo es culpa mía. Me pinchan. Grito. Sick Boy me clava la jeringuilla en el ojo, sigo gritando, siento como esa cosa negra entra en mí, me va deshaciendo a su paso, me asfixia, el dolor es espantoso, y mientras la flauta sigue sonando y sonando. Y entonces despierto.



Me siento en la cama, gritando, cubriéndome el rostro con las manos. Tardo unos segundos en darme cuenta de que estoy en la habitación del hospital. Solo. Me tumbo otra vez y trato de relajarme para que mi corazón recupere el ritmo normal. Pero algo no va bien. Mis manos… Las levanto de nuevo y las miro. No son mis manos. Mi pulso vuelve a acelerarse. No son mis manos. Son diferentes, más pequeñas, con más vello. Cierros los ojos, los abro, y siguen ahí. Vello oscuro, no rubio. No son mis manos. Me levanto de un salto, jadeando de terror, y una parte de mí es vagamente consciente de que ya no me duele la espalda. Voy hacia la puerta, pero no se abre. Estoy muy asustado. No son mis manos. Me asalta la urgencia de comprobar que soy yo, que soy George. Tengo que ser yo. Pero no son mis manos. Voy al baño, agachando como siempre la cabeza de forma instintiva al entrar, para evitar golpearme con la parte superior del marco de la puerta, y apenas me doy cuenta de que ha sido innecesario. Respiro hondo y me enfrento al espejo. Y grito. No son mis manos. No soy yo. Soy Legrasse.




Me despiertan mis propios gritos. Estoy otra vez en la habitación del hospital, incorporado en la cama, y el infierno que ha estallado en mi espalda por haberme movido tan bruscamente me obliga a contener el aliento. Casi no me atrevo a mirar mis manos. Me doy cuenta de que estoy solo, no hay rastro de Ahmed ni de Leo. Escucho algo en el pasillo. Me levanto y salgo, preguntándome si sigo soñando. El pasillo está oscuro y las luces parpadean, como antes. Siento una presencia malvada. Allí están los demás: Ahmed, Leo, Layla y Arigato. Todos llevan pijamas blancos del hospital, incluso Leo, y parecen tan desconcertados y asustados como yo. La presencia se hace visible, y mi mente se convulsiona una vez más. Ante nosotros hay un ser terrible y demencial, de un color blanco mortecino, su rostro es la oscuridad. Entonces todo se vuelve confuso, muchas cosas ocurren a la vez. Leo se lanza sobre el monstruo con un palo, Arigato es tragada por un agujero, Layla grita algo sobre el polvo de Suleiman y extiende la mano, Ahmed cierra los ojos y permanece inmóvil, en su pecho hay un pentagrama tatuado. No sé qué hacer. Pienso en el polvo de Suleiman y trato de que aparezca en mi mano, como Layla, pero no ocurre nada. El palo de Leo se hace pedazos y el monstruo se enfurece. Corro hacia Arigato, el agujero que la tiene atrapada está lleno de dientes. Tiro de ella, pero no consigo sacarla de allí. Layla le echa algo encima al ser. Le duele. La golpea y ella cae, inmóvil. Puede que esté muerta. Pienso en acercarme, pero Arigato grita y trata de subir, y la tengo más cerca. Tiro otra vez de sus brazos y la saco fuera. Leo parece concentrarse, Ahmed susurra palabras en árabe. Layla sigue sin moverse. El monstruo se cierne sobre Leo, y yo comprendo que tengo que despertar. Arigato se desvanece en el aire, sin dejar rastro. El aire en torno a Ahmed comienza a brillar. Cierro los ojos y deseo despertarme. Con todas mis fuerzas.




Y despierto. No sé si sigo soñando. Estoy en la habitación del hospital.






Imagen sacada de DeviantART, para variar.

jueves, 12 de marzo de 2009

Debería estar muerto

Aparta a un lado el pañuelo manchado de sangre y se recuesta en la cama sin desvestirse, tratando de recuperar el ritmo normal de respiración. Al menos tuvo suerte y llegó a la habitación de El Murmullo antes de empezar a sentirse mal de verdad, para estar a salvo de miradas indiscretas y compasivas.


Se esfuerza en mantener los ojos abiertos, pero está demasiado agotado y mareado, tanto por la violencia del ataque como por la repentina subida de fiebre. Ya no tose, pero el dolor en su pecho permanece. La habitación se mueve en olas a su alrededor. “No sé cómo puedo aguantar esto”, piensa. La inconsciencia se lo lleva poco a poco, como una desagradable marea. "Debería estar muerto".



- No sé cómo puedo aguantar esto- dice el gladiador retirado con desdén, lanzando una mirada de profundo desprecio al niño caído de rodillas en el patio-. Deberías estar muerto.


El muchacho comienza a levantarse, pero un ataque de tos le hace caer de nuevo, soltando la espada para apoyar las manos en el suelo empapado por la lluvia. Se lleva una al pecho, en un intento inútil de aliviar el punzante dolor. Le falta el aire, apenas puede respirar.


- ¡Deja de toser como una niña y lucha como un hombre! – grita el guerrero con furia, cogiéndolo por los brazos y levantándolo de un tirón.


El niño pone toda su voluntad en sostenerse en pie, y por un momento lo consigue. El pecho le arde y le tiemblan las piernas, pero fija la mirada en su padre con sus ojos de color azul violáceo. No quiere defraudarle más. Con una mano temblorosa se aparta un mechón de empapado cabello rojo que le cae sobre la cara y afirma los pies en el suelo. Entonces llega un nuevo golpe de tos, que le impide respirar. Unos puntos negros oscurecen su visión y cae otra vez. Siente en el rostro el frío de las losas del patio, y el dolor se hace insoportable de pronto, como si le atravesaran el pecho con una espada. Nota como mana la sangre de su boca, y apenas se percata de la rabiosa patada que recibe su cuerpo caído. Justo antes de perder el conocimiento escucha la helada voz de su padre y sus pasos alejándose.


- Ojalá hubieses muerto al nacer, como tu hermano.

“Tiene razón”, piensa. “Debería estar muerto”.




Despierta empapado en sudor, incorporado en la cama. La fiebre parece haber desaparecido durante la noche, pero la intensa angustia del sueño continúa, haciéndole respirar de forma entrecortada. “Debería estar muerto, ¿por qué no estoy muerto?”. Le invaden las familiares oleadas de pánico, dejándole incapacitado para hacer otra cosa que quedarse inmóvil, jadeando. “Porque no tengo valor ni para eso”. Su cuerpo parece demasiado pequeño para la gran bola de dolor que crece en su interior, se siente como si fuese a estallar de un momento a otro. Como siempre, desea poder soltarlo en forma de lágrimas, pero hace mucho tiempo que se obligó a no volver a llorar y ya no recuerda cómo se hacía.


El dolor cede muy levemente durante unos instantes, pero es suficiente. Ya es capaz de moverse. Con movimientos temblorosos, busca la daga en la correa que la sujeta a su muslo y la pone en su regazo. Se arranca ansiosamente la venda que cubre su antebrazo izquierdo, desvelando una maraña de cicatrices; unas recientes, otras tan antiguas que apenas se perciben. El dolor vuelve a crecer, necesita terminar antes de que le paralice de nuevo. Jadeando y sin parar de temblar, empuña la daga y se hace un corte vertical en el antebrazo, no demasiado profundo pero sí lo bastante como para que duela.


La sangre brota de la herida, y el dolor interior comienza a salir con ella, a borbotones, hasta que se hace de nuevo tolerable. Cierra los ojos, suspirando aliviado. Al cabo de un rato presiona el corte con la mano derecha para que deje de sangrar y se echa en la cama otra vez, con los ojos aún cerrados y una expresión de paz en el rostro. Las primeras luces del alba comienzan a entrar por la ventana. Ya está listo para enfrentarse a un nuevo día.





Soy una vaga y subo un relato algo antiguo. Básicamente es para presentar al personaje que va a aparecer en el siguiente, aunque el 95% de los que leen esto ya lo conocen, directa o indirectamente.
Es un personaje de un juego de rol on line, y este relato y los demás que subiré sobre él están ambientados en un mundo medieval-fantástico.

martes, 10 de marzo de 2009

Yo soy cola, tú pegamento



Hay varias webs por ahí que tienen recopilados los insultos del Monkey Island, y yo no quería ser menos. Aunque lo cierto es que soy una maldi
ta friki y me los sabía todos, los he sacado de aquí:

http://es.wikiquote.org/wiki/Portada

Insultos en inglés


Pues hala, ahí van. A la izquierda está el insulto del pirata genérico, a la derecha el de la Sword Master, y debajo la respuesta a ambos. Y después, en versión original (aún así sigo sin pillar el del palurdo de ocho patas).


- ¡Llevarás mi espada como si fueras un pincho moruno! / Mi lengua es más hábil que cualquier espada.
- Primero deberías dejar de usarla como un plumero.

- Luchas como un granjero! / ¡ Ordeñaré hasta la última gota de sangre de tu cuerpo !
- Qué apropiado, tú peleas como una vaca.

- ¡No hay palabras para describir lo asqueroso que eres! / Ya no hay técnicas que te puedan salvar.
- Sí que las hay, sólo que nunca las has aprendido.

- ¡He hablado con simios más educados que tu! / Ahora entiendo lo que significan basura y estupidez.
- Me alegra que asistieras a tu reunión familiar diaria.

- ¡No pienso aguantar tu insolencia aquí sentado! / ¡ Eres como un dolor en la parte baja de la espalda !
- Ya te están fastidiando otra vez las almorranas, ¿eh?

- ¡Mi pañuelo limpiará tu sangre!/ Mi nombre es temido en cada sucio rincón de esta isla.
- Ah, ¿ya has obtenido ese trabajo de portero?

- ¡Ha llegado tu hora, PALURDO de ocho patas! / Hoy te tengo preparada una larga y dura lección.
- Y yo tengo un SALUDO para ti, ¿te enteras?

- ¿Has dejado ya de usar pañales? / Espero que tengas un barco para una rápida huida.
- ¿Por qué? ¿Acaso querías pedir uno prestado?

- ¡Una vez tuve un perro más listo que tu! / Sólo he conocido a uno tan cobarde como tú.
- Te habrá enseñado todo lo que sabes.

- ¡Nadie me ha sacado sangre jamás, y nadie lo hará! / Nunca me verán luchar tan mal como tú lo haces.
- ¿TAN rápido corres?

- ¡Me das ganas de vomitar! / Si tu hermano es como tú, mejor casarse con un cerdo.
- Me haces pensar que alguien ya lo ha hecho.

- ¡Tienes los modales de un mendigo! / Cada palabra que sale de tu boca es una estupidez
- Quería asegurarme de que estuvieras a gusto conmigo.

- ¡He oído que eres un soplón despreciable! / Mi espada es famosa en todo el Caribe
- Qué pena me da que nadie haya oído hablar de ti

- ¡La gente cae a mis pies al verme llegar! / Mis enemigos más sabios corren al verme llegar / Veo gente como tú arrastrándose por el suelo de los bares.
- ¿Incluso antes de que huelan tu aliento?

- ¡Demasiado bobo para mi nivel de inteligencia! / ¡ Tengo el coraje y la técnica de un maestro !
- Estaría acabado si la usases alguna vez.

- ¡Obtuve esta cicatriz en mi cara en una lucha a muerte! / Acabé mi última pelea con las manos ensangrentadas.
- Espero que hayas aprendido a no tocarte la nariz.




Insults against pirates

This is the END for you, you gutter crawling cur!

- And I've got a little TIP for you. Get the POINT?

Soon you'll be wearing my sword like a shish kabob!

- First you'd better stop waving it like a feather duster

My handkerchief will wipe up all your blood!

- So you got that job as a janitor after all?

People fall at my feet when they see me coming

- Even BEFORE they smell your breath?

I once owned a dog that was smarter than you

- He must have taught you everything you know

You make me want to puke

- You make me think somebody already did

Nobody's ever drawn blood from me and nobody ever will

- You run THAT fast!

You fight like a dairy farmer

- How appropriate you fight like a cow!

I got this scar on my face during a mighty stuggle!

- I hope now you learned to stop picking your nose

Have you stop wearing diapers yet?

- Why? Did you want to borrow one?

I heard you were a contemptible sneak

-Too bad that no ones ever heard about YOU at all

You're no match for my brains, you poor fool

- I'd be in real trouble if you ever used them

You have the manners of a beggar

- I wanted to make sure you'd feel comfortable with me

I'm not going to take you insolence sitting down

-Your hemorrhoids are flaring up again, eh?

There is no words for how disgusting you are

-Yes there are, you just never learned them

I've spoken with apes more polite than you

-I'm glad to hear you attend your family reunion

Insults against Swordmaster

I've got a long, sharp lesson for you to learn today

-And I've got a little TIP for you. Get the POINT?

My tongue is sharper than any sword!

-First you'd better stop waving it like a feather duster

My name is feared in every dirty corner of this island

-So you got that job as a janitor after all?

My wisest enemies run away at the first sight of me!

-Even BEFORE they smell your breath?

Only once I have met such a coward

-He must have taught you everything you know

If your brother is like you, better marry a pig

-You make me think somebody already did

No one will ever catch me as badly as you do

-You run THAT fast!

I will milk every drop of blood from your body!

–How appropriate you fight like a cow!

My last fight ended with my hands covered with blood

-I hope now you learned to stop picking your nose

I hope you have a boat ready for escape

-Why? Did you want to borrow one?

My sword is famous all over the Caribbean

-Too bad that no ones ever heard about YOU at all

I've got the courage and skill of a master swordsman

-I'd be in real trouble if you ever used them

You are a pain in the backside, sir!

-Your hemorrhoids are flaring up again, eh?

There are no clever moves that can help you now!

-Yes there are, you just never learned them

Now I know what stupidity really are!

-I'm glad to hear you attend your family reunion

I usually see people like you passed out on tavern floors

-Even BEFORE they smell your breath?




¡Apaga el ordenador y vete a la cama!

lunes, 9 de marzo de 2009

Presentación



Después de años evitando hacerme un blog, he acabado cayendo. Supongo que no lo había abierto antes porque imaginaba que resultaría poco interesante, pero como ya me conocéis entiendo que toda idea de que esto pueda tener una continuidad o un tema común está descartada, y eso me quita bastante presión. Será poco interesante, ¿y qué? Anda que no hay blogs poco interesantes por el mundo, y sus autores no son fulminados por un rayo ni nada por el estilo, sino que siguen escribiendo en ellos, o los abandonan, o lo que sea.


Decidí inaugurarlo con un cuentecito de un estilo que nunca había probado. Siempre me han llamado la atención las fábulas, pero algo en mi cerebro daba por hecho que eran cosas preexistentes, nunca se me había ocurrido pensar que se pudieran seguir creando. Probablemente la moraleja de mi cuento del lemming y el fénix esté más vista que el tebeo, pero quería encontrar una forma levemente elegante de desmontar mi Teoría del Fénix y expresar mi pública renuncia a ella.

Sería estupendo poder dedicar este blog sólo a subir relatos, pero mi musa se debió de volver emo y lleva unos años por ahí fingiendo su muerte. O quizá murió de verdad de tanto fingirlo, antes de haberse formado del todo. Llevo un tiempo haciendo pequeños intentos de resucitarla, pero no han tenido mucho éxito, probablemente porque son pequeños. Así que hasta que haga un intento grande, utilizaré esto para desvariar en general, y de vez en cuando subiré algo dictado por mi musa muerta... pero es complicado sacar algo en claro de una psicofonía, así que si estáis esperando buena calidad, mejor mirad en otros blogs.

A lo mejor me da por seguir con el tema de las fábulas deprimentes de animalicos, quién sabe. A lo mejor acabo escribiendo sobre la hibernación de las marmotas en climas lunares, o sobre la perspectiva vital del ser visto a través de unas gafas de pasta, o sobre monos. Probablemente sea sobre monos. O a lo mejor simplemente no escribo nada más.

Sea como sea, bienvenidos. Intentaré haceros la estancia lo menos aburrida posible, mientras practico necrofilia con mi musa.