miércoles, 1 de julio de 2009

Descenso al inframundo



Esta historia ya la conté en mi Fotolog, con fecha del 31 de marzo, pero todos sabemos que cualquier día te pueden censurar la cuenta por cualquier chorrada, y además últimamente no le hago mucho caso. En otras palabras, que no quería perder la ida de olla que escribí este día, así que lo siento para los que lo veáis repetido.

Es el apasionante relato de mi primera búsqueda de un gimnasio
.


Pues resulta que hay dos gimnasios en mi barrio, o lo que yo pensaba que era mi barrio. Ayer por la tarde fui alegremente a preguntar precios y a informarme, después de que mi madre me hubiera explicado donde estaban. El primero lo encontré sin problemas. El precio estaba bien, pero el sitio no me gustó demasiado, era muy pequeño y había pocas máquinas. Así que decidí ir en busca del segundo.

La única información que tenía al respecto es que estaba en una piscina a la que iba cuando era pequeña, y cuyo camino no recordaba en absoluto. Mi madre me dijo: «tú bajas toda nuestra calle, y luego tuerces a la izquierda en el Paseo de los Olivos y ya te lo acabarás encontrando».

Pues ahí iba yo tan feliz, bajando toda mi calle. Aquí tengo que hacer un inciso, para aclarar algo sobre mi barrio. No es de los mejores de Madrid precisamente, pero tampoco es que sea lo peor... al menos donde yo vivo. Mi calle sale de una relativamente importante que se llama Paseo de Extremadura. Yo vivo en el 5, así que la civilización de la zona conocida y comercial aún llega hasta mi casa. Pero a medida que se va avanzando en la calle, uno baja al inframundo. Unos números por debajo de mi calle, aquello parece un pueblecito. Unos cuántos números más abajo, parece un pueblecito de los chungos. Y abajo del todo, parece otra dimensión al más puro estilo lovecraftiano, con seres malvados y realidades alternativas no demasiado amistosas.

Al rato ya estaba en el Paseo de los Olivos, y fui avanzando hasta sumirme más y más en esa dimensión paralela. Y aquello no se acababa nunca, y la piscina no aparecía. La gente con la que me cruzaba era cada vez más rara. Luego dejé de cruzarme con gente, directamente. Y aparecí en medio de un cruce de carreteras surrealista, que llevaba a una especie de parque enorme/bosque maligno plagado de profundos.

Ahí admití mi derrota... y llamé a mi mamá por teléfono para decirle que me había perdido. Después de las risas de rigor por la inutilidad de su hija a la hora de orientarse, le describí donde estaba y me dijo que ya me había pasado la piscina hacía rato.

Así que volví. Y por el camino de vuelta, vi una tapia de forma sospechosa... le pregunté a una señora (el primer ser vivo sin tentáculos con el que me crucé en todo ese rato) por el gimnasio, y me dijo que lo habían cerrado hace tiempo. Me cagué en todo, pero no me extrañó; seguro que todos los clientes habían sido sacrificados en ritos extraños o devorados por primigenios.

Y entonces descubrí que hay algo peor que bajar al inframundo; subir desde el inframundo. Porque lo de subir es literal, mi calle hace una cuesta enorme desde un poco por debajo de mi casa hasta el final. 90 malditos números de cuesta infernal. Me alegré más de que el gimnasio ya no estuviera, porque sólo con volver de él cada día haría suficiente ejercicio para una semana. Pero al final conseguí llegar viva a mi casa. Con un pulmón menos, pero viva.

Y aquí acaba la odisea. Ahora me toca buscar gimnasios en otros barrios, preferentemente en nuestra propia dimensión.

Conclusión: esto de la vida sana es una puta mierda xD

2 comentarios:

El_Darko dijo...

Estamos quedandonos sin ideas, eh?
Esto sería el equivalente a un capitulo de relleno en un anime.

Dama Blanca dijo...

Ni puto caso a Darko, que no entiende. En el anime los capítulos de relleno son los que más molan, en realidad :D