Mientras estaba tumbado en el sofá mirando la televisión sin verla, en una postura con la que probablemente le dolería el cuello al levantarse, le asaltó el pensamiento de que, en cierto modo, su vida se parecía al onanismo; una sucesión de esfuerzos para conseguir pequeños clímax de felicidad, que a medida que se acercaban hacían que dejara de importarle el resto del mundo. Y una vez alcanzados, eran tan efímeros que lo único que quedaba después era cansancio por el esfuerzo y el pensamiento de que no había nadie tumbado a su lado con quien compartirlos. Sonrió ante lo absurdo de la idea. Se dio cuenta de que debía de estar en uno de esos momentos perdidos, como solía llamarlos, en que las conexiones entre su cerebro y la lógica parecían disolverse.
Su mirada vagó por la habitación, de forma distraída, hasta clavarse en la estantería, concretamente en un libro de un tal Montoya que había leído hacía tiempo y que hablaba del sentido metafísico de las cosas cotidianas. Y él se lo había encontrado al hecho de tocar la zambomba, lo que no decía mucho a favor de su capacidad poética.
Se sentía como debería haberse sentido Val Kilmer haciendo de Batman: completamente fuera de lugar. En sus momentos perdidos pensaba que el mundo no estaba hecho para él, y al instante siempre rectificaba y llegaba a la conclusión de que tal vez era él quien no estaba hecho para el mundo. Era un mundo grandilocuente, donde todo intentaba aparentar más de lo que era en realidad, y al mismo tiempo era un ser depravado que conseguía hacer salir lo peor de cada uno y después te clavaba los dientes, normalmente sin motivo alguno, hasta devorarte. O dejarte a medias, que era aún más horrible.
Sabía que cada una de esas ideas era un ladrillo más en la pared que él mismo construía para emparedar su hipotética felicidad. Pero, al fin y al cabo, la felicidad era tan breve como un orgasmo sin acompañante con quien pernoctar, y al terminarse sólo quedaba esa sensación de cansancio y vacío. Recordó que si se contenía la respiración los orgasmos eran más intensos, por un fenómeno similar a la postcombustión de los reactores. Quizá conteniendo la respiración la felicidad también fuese más intensa… al menos no quedaría esa sensación de vacío al terminarse.
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2 comentarios:
Creo que deberías odiar a quien te puso esas palabras :)
Pero veees, aún con esas palabras hijas de las drojas has hecho un relato supercalifragilisticoespialidoso.
Así que sólo me queda una cosa que decir...
¡CUENTACUENTOS!
Jajajaja lo sé -OO pero es que me gustó la foto :3
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